Todos AlaMesa
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Lugares: Rita & Champagne
De lo inevitable habla esa coloquial frase que, de ser francesa, diría: "Quand le mal est à chier, les goyaves vertes ne valent rien" y cuya autoría apócrifa podría achacársele al mismo Napoleón en Waterloo.
Tú y yo también hemos aprendido cosas sobre lo inevitable, lector. Si no piensa en la certeza que compartimos de volvernos a encontrar cuchara mediante, o en la inevitabilidad de mi siguiente (y quizás final... o tal vez no) encuentro con la de los ojitos verdes.
También sabemos de corazones rotos y de las gradaciones del acto de joderle la vida a alguien, lo que en términos gastronómicos ha sido definido como "secarle el picadillo". Sabemos que no es lo mismo, por ejemplo, que te boten... a que te boten por Whatsapp.
Tampoco es igual si las revelaciones que te romperán el corazón llegan a ti el 13 de febrero a si lo hacen el 14 de ese mes o, peor todavía, el 15.
Todo ello viene a propósito de mi noche de San Valentín. Días antes la G., se había materializado del más tenue aire con pretensiones románticas. Yo hice mis cálculos, moví contactos y vine con una lista corta de potenciales cenas románticas. De entre el ramillete, ella (como corresponde a una apasionada de la adrenalina) eligió la posibilidad de más alto riesgo.
Yo no lo conocía sino de oídas, no encontré referencias apropiadas en la web y lo único que sabía a derechas es que estaba asentado en un rincón de Kholy, en el que ya habían desaparecido dos restaurantes por falta de clientela.
Pero acepté porque a ella le atrae el riesgo y a mí, a mí me atraía ella, lo cual viene a ser lo mismo.
Así que fuimos a Rita y Champagne.
No me es ajena la casona blanca, ni la entradita lateral ahora pintada de rojo, no desconozco el área que ahora ocupa el restaurante y que fue otro alguna vez y quizás un jardín antes de eso.
Los muebles clásicos, colocados en exterior para dar un toque bohemio fueron una nota que me alertó, sin embargo, de una evolución en la propuesta: esta vez, lector, será diferente.
Vamos a olvidarnos de la música y el ambiente bien logrados. De las bellas flores rojas ante el espejo. Del servicio lento y del daiquirí frappé coposo y listo para el olvido. Desechemos lo bueno con lo malo en los preliminares y vamos a lo que importa.
El primer golpe de tenedor en el tartar que pedí de entrante, depositó en mi boca una cascada de sensaciones. Las notas de sabor repiquetearon en mi paladar como un fraseo de jazz de la trompeta de Arturo Sandoval.
Básicamente el resto de mi cuerpo dejó de existir y por un segundo escaso, fui solo papilas gustativas.
Entendí la demora del servicio, hay cosas que simplemente no puedes engullir sin más. Hay platos a los que estás forzado a hacerles el amor.
Lo mismo para el risotto suave, como seda, que ordenase la G., como plato principal. Ante mí, a esa altura, depositaron un soporte "de merolico" de una hornilla de gas y sobre él montaron una cazuelita artesanal de metal, como las que todos tenemos en casa.
En su interior estaba esta mezcla poderosa de quimbombó tierno, salsa roja, cerdo ripiado y plátanos maduros fritos.
Hay domingos en la infancia de casi todos, en los que comimos así. Mamá o abuela tenían los ingredientes y estaban de buen humor. Podías escucharlas cantar en la cocina y varias horas después, podías saborear esa música en la comida.
De postres, crepe de leche quemada y una torreja con helado. Suficientes para la herejía de abandonar el café.
Caminamos de regreso por entre las mansiones silenciosas, por la acera del puente, sobre el oscuro río. Dijimos poco, reímos mucho, encontramos paisajes secretos en rincones inexplorados al doblar de la esquina.
Menos de 24 horas después del milagro recién descrito, la G., tuvo a bien dejar caer sobre mi cabeza y desde un cielo despejado, el relámpago.
"Cuando el mal es de... "
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